jueves, 13 de noviembre de 2014

Cortázar en la literatura para niñxs: II entrega

Como lo había prometido, aquí va la segunda entrega del panel en las Jornadas "La vuelta a Cortázar en ochenta voces" el día viernes 7 de noviembre. En este caso, publico la ponencia presentada por la Prof. Bárbara Barrangú egresada del IES N° 1. 



Lectores y escritores y el placer casi perverso de irse desgajando línea a línea.
Prof. Bárbara Barrangú

Hace algunos días en una clase de 3er año, luego de leer el cuento “Llama al teléfono, Delia” (Cortázar: 2007)  de Cortázar, Sofía levanta la mano y sentencia: “es como que a los cuentos de Cortázar siempre hay que darles una vuelta de tuerca más”. Instantáneamente, pensé dos cosas: La primera: si yo fuese escritora profesional, me encantaría que alguien hiciera esa crítica sobre mis textos. La segunda: de eso precisamente se tenía que tratar mi ponencia sobre literatura infantil, de las vueltas de tuerca.
Me explico: la metáfora de Sofía aplicada a Cortázar si bien es muy acertada es reconocible para casi todos los que estamos acá presentes. Asiduos lectores como somos de la obra de Cortázar (y el que no lo sea no va a reconocerlo en este ámbito académico y mucho menos en el contexto de estas jornadas) podemos, incluso, ponerle un nombre técnico a esto que ella llama “vuelta de tuerca”: el elemento fantástico, la superposición de realidades, lo onírico, etc. Sin embargo, muchas veces desconocemos que el campo de la literatura infantil está, también, plagado de “vueltas de tuercas”. Que no se trata simplemente de cuentos que describen “el aleteo de una mariposita que salta de flor en flor, en un mar de diminutivos, adjetivaciones empalagosas y maravillosos sentimientos” como expresa Ricardo Mariño en sus “Máximas y mínimas sobre estimulación de la lectura”.[1]
 Desde los espacios del Seminario “Literatura para niñxs y representaciones de infancia”, las materias “Didáctica de la lengua y la literatura” y “Didáctica de las letras” y, por qué no, desde las inquietudes personales, venimos reflexionando acerca de la complejidad que presentan las obras literarias para chicos y, enmarcado en este año cortazariano, me gustaría presentar un relato que dialoga, homenajea y recrea la poética del autor de Rayuela. En otras palabras: que le da una vuelta más de tuerca.


En este rincón, “Continuidad de los parques” de Julio Cortázar con cientos de miles de lectores alrededor del mundo, infinidad de artículos que lo analizan y reseñas que lo critican. En este otro, “El hombre sin cabeza” de Ricardo Mariño, menos conocido internacionalmente quizás, pero vislumbrándose como una de las promesas de esta temporada. Sabrán entender que si de metáforas se trata, la idea del ring de boxeo para comparar poéticas no es una simple elección. Y, como le pasaba a Cortázar de acuerdo a lo que relata en una entrevista brindada en Madrid en el año 1983 (Crespo: 1995), tengo una tendencia a ponerme del lado del más débil o, por lo menos, del menos conocido. Me veo obligada a aclarar que el propósito de este trabajo no es enfrentar a ambos autores hasta encontrar un ganador sino ponerlos en diálogo. No obstante, el imaginármelos en dos esquinas de un cuadrilátero rodeado de cuerdas me resulta irresistible.


“Continuidad de los parques” narra la historia de un hombre de negocios que se dispone a continuar con la lectura de una novela que “había empezado a leer unos días antes”, que abandonó por negocios urgentes”, “volvió a abrir cuando regresaba en tren” y a la que volvió en la tranquilidad de su estudio. Revisando antecedentes teóricos sobre el cuento, encontré algunas críticas a este personaje – lector porque, parecería, no se interesaba de verdad en su lectura si la interrumpía constantemente o la abandonaba por algo tan poco literario como sus actividades laborales. Aparentemente, merecería su fatal desenlace puesto que, además de poco sistemático, era un lector poco comprometido, pasivo. Un lector “HEMBRA” (en palabras del propio Julio) decía un artículo si no había sido capaz de darse cuenta de que la víctima de los amantes de la cabaña del monte resultaría ser él mismo. En este primer punto, disiento absolutamente. No, no porque sea una asidua defensora de personajes acusados sino porque entonces debería aceptar que, indefectiblemente, en algún momento llegarían Drácula, Mr. Hyde o hasta el mismísimo Lord Voldemort a cobrarse mi vida pues yo tampoco soy, lo que diríamos, una lectora prolija que comienza una novela y la termina en una tarde, que no mezcla esa lectura con otras que se le van presentando en el camino y que hasta la abandona porque en algún punto la aburre para retomarla después y descubrir que finalmente era apasionante o desestimarla definitivamente porque le resultó soporífera. Entonces, o me pongo del lado del hombre de los negocios urgentes o me siento a esperar a que la “Liga de la Justicia Literaria” venga a por mí en cualquier momento. Puesta a elegir, me quedo con la primera opción que me parece más beneficiosa para mi persona. Además, el narrador nos permite reconciliarnos con el personaje – lector cuando describe la escena de lectura, cuando nos relata su capacidad para retener fácilmente los nombres y las imágenes, cuando lo describe absorbido y dejándose ir por el libro que tiene entre las manos. Y, volviendo al boxeo, cuando la ficción novelesca le gana el round casi en seguida.
A Luis Lotman, el protagonista del cuento “El hombre sin cabeza” de Ricardo Mariño, le ocurre algo muy similar aunque su oficio no sea el de lector sino el de escritor. Su relación con el proceso creativo es igual de comprometido: se encuentra “inmerso en el clima inquietante de sus propias fantasías” y “absorto en su trabajo”. El cuento que intenta crear trata sobre un muerto que regresa a la casa en la que lo habían matado cien años antes para vengarse sobre un descendiente de su asesino. Y como casualmente, el escritor, habita una casona antiquísima en la que se había producido un crimen, se le ocurre tomarla como escenario inspirador para su relato. En “El hombre sin cabeza” el protagonista es alguien que como en el cuento de Cortázar se relaciona íntimamente con la literatura.
La primera filiación insoslayable entre los textos es que ambos reflexionan sobre los procesos de lectura y escritura. Eso que, en teoría literaria, conocemos como metaliteratura.
El narrador de Mariño se permite incluso hacer una suerte de definiciones de categorías literarias. Dice acerca de los cuentos de terror:
Suelen tener dos protagonistas: uno que es víctima y testigo, y otro que encarna el mal. El “malo” puede ser un muerto que regresa a la vida, un fantasma capaz de apoderarse de la mente de un pobre mortal, alguna criatura de otro mundo que trata de ocupar un cuerpo que no es el suyo, un hechicero con poderes diabólicos…

Una explicación más que acertada para referirse al género. Más adelante se atreve con el concepto de verosimilitud:
Una historia increíble puede parecer verdad debido a la lógica atinada de los eslabones con que se va armando y a los vívidos detalles que crean el escenario en que ocurre.
No sólo una esclarecedora reflexión sino también la excusa perfecta  para que el personaje – escritor comience a recorrer su propia casa sólo alumbrado por una vela para poder experimentar, ver, percibir e inquietarse como lo haría su personaje – víctima. Ambos textos, decíamos, presentan dos niveles de ficción. En primer lugar, la realidad del escritor o lector en cada caso,  y dentro de ella, la ficción que está siendo consumida o creada por dichos personajes. Como si se tratara de un juego de cajas chinas pero con la particularidad que en algún momento se entrecruzarán y fusionarán.
La principal diferencia que podemos señalar entre el cuento de Cortázar y el de Mariño es a nivel estructural. El cuento de Cortázar inicia con la presentación del personaje-lector, se sumerge después en el argumento de la novela que este lee para finalmente, en un segundo y último párrafo,  alcanzar el punto en común que provoca el efecto fantástico. “El hombre sin cabeza” es, en cambio, algo más desorganizado. La presentación del personaje-escritor es interrumpida por las reflexiones literarias del narrador y la ficción que Lotman está creando se intercala con su propia realidad hasta que ya no distinguimos cuál es cuál. El texto requiere de un lector despierto, un lector que si funciona como un detective minucioso podrá ir recabando las pistas que el narrador va diseminando por ahí y anticiparse al final. El tercer párrafo nos dice:
Un escritor sentado en su sillón, frente a una computadora, a medianoche, en un enorme caserón que sólo él habita, se parece bastante a las indefensas personas que de pronto se ven envueltas en esas situaciones de horror. Absorto en su trabajo, de espaldas a la gran sala de techos altos, con muebles sombríos y una lúgubre iluminación, bien podría resultar él también una de esas víctimas que no advierten a su atacante sino hasta un segundo antes de la fatalidad.

Como este son varios los ejemplos que demuestran que el narrador va preparando el terreno hacia  un posible desenlace cortazariano. Sin embargo, también nos muestra el punto de vista del personaje-escritor que, aunque emplea sus propias experiencias para inspirarse, descarta la posibilidad de que su personaje se asuste ante los extraños acontecimientos que va viviendo pues de esa forma causarán un mayor impacto al lector. Luis Lotman dota a su personaje de una valentía que él mismo no posee. Una vez más, encontramos el formato de diálogo reflexivo acerca de la práctica de escritura del que de alguna manera podríamos sustraer una suerte de “receta para escribir cuentos de terror”.
Otro punto de contacto entre Lotman y el hombre de negocios del cuento de Cortázar es su relación con la obra literaria. En ambos casos, son absorbidos por ella. Y ya no en el sentido metafórico de la palabra sino considerando al término en toda su literalidad. “El placer casi perverso de irse desgajando línea a línea” (p. 391) del que se habla en “Continuidad de los parques” es el mismo que siente el personaje de Mariño que escribe el cuento “de un tirón”. Como una suerte de Quijotes modernos dichos personajes se enfrascan tanto en la ficción que ya no distinguen entre esta y la realidad. Como al caballero de la triste figura, esto los conducirá a un final infeliz.
Un sillón, quizás de terciopelo verde, y un cuchillo o puñal suspendido en el aire en plena noche son el marco ideal para el desenlace fatal. Pero también el puntapié para que los otros lectores y escritores, nosotros, los de carne y hueso, traspasemos los límites del papel escrito. En clase y luego de la sorpresa inicial terminada las lecturas, se suceden las hipótesis: “el tipo lo mató”, dice algún alumno ávido de sangre. “No –lo contradice un compañero- se da cuenta y lo enfrenta”. Les propongo que adopten el recurso para escribir un nuevo texto. La consigna implica que en una situación en la que hay dos realidades (una realidad-real y otra ficticia) los hechos borren el límite entre ellas hasta convertirlas en una sola. Melina elige como protagonista a un chico cuya tarea escolar es escribir un cuento. Mientras la lleva a cabo se ve interrumpido por el ruido de ramas de los árboles que golpean las ventanas y una caldera que gruñe “como tripas de esclavo”. Las palabras “le absorben el cerebro y el alma”. El té que tiene sobre el escritorio se enfría al igual que sus ideas. Más tarde, los policías encontrarán un escritorio ensangrentado, unas hojas escritas y, a lo lejos, un cuchillo un poco manchado. “La caldera interrumpió la tarea” que es como se llama el cuento, le agrega un condimento más a este juego de cajas chinas. Una alumna que tiene como tarea escribir un cuento, escribe uno en el que un chico tiene como tarea escribir un cuento. El procedimiento podría extenderse hasta el infinito.
El recurso nos invita a releer y a escribir pero sobre todo a mirar con algo de resquemor por encima de nuestros hombros cuando leemos que alguien es sorprendido mientras se pierde en una ficción interesante.  A estar atentos a peligrosas sombras o a adoptar la sabia decisión de no sentarnos de espaldas a la puerta cuando pretendemos dejarnos ir en una historia atrapante.
Ricardo Mariño, claramente ha leído a Cortázar y ha decidido rendirle un homenaje en “El hombre sin cabeza”, lo que quizás no se le ocurrió fue hacérselo leer también a su protagonista, a Luis Lotman, porque estoy segura que de haberlo hecho hubiese tenido otro final.
Ya lo sabe, señor Lotman, para que ningún hombre sin cabeza lo vuelva a sorprender en la tranquilidad de su estudio, la próxima vez péguese algunas vueltas por Cortázar.

 Bibliografía
Cortázar, Julio. “Continuidad de los parques” en Cuentos completos, 1 – 2da. Ed., Buenos Aires, Punto de lectura, 2007.
Crespo, Antonio (compilador). Confieso que he vivido y otras entrevistas, Buenos Aires, LC Editor, 1995.
Mariño, Ricardo. “El hombre sin cabeza” en El hombre sin cabeza y otros cuentos, disponible en http://www.imaginaria.com.ar/06/9/marino3.htm
Mariño, Ricardo. “Máximas y mínimas sobre la estimulación de la lectura” Texto basado en la ponencia presentada por el autor en la mesa redonda "La lectura continúa", realizada dentro del marco de las Jornadas para Docentes y Bibliotecarios "Escenarios para la promoción de la lectura" en la 15ª Feria del Libro Infantil y Juvenil (Buenos Aires, julio de 2004). Disponible en http://www.imaginaria.com.ar/13/6/maximas_y_minimas.htm



[1] Texto basado en la ponencia presentada por el autor en la mesa redonda "La lectura continúa", realizada dentro del marco de las Jornadas para Docentes y Bibliotecarios "Escenarios para la promoción de la lectura" en la 15ª Feria del Libro Infantil y Juvenil (Buenos Aires, julio de 2004). Disponible en http://www.imaginaria.com.ar/13/6/maximas_y_minimas.htm

2 comentarios:

  1. Leí con mucho entusiasmo este texto y me resultó muy enriquecedora la comparación entre La continuidad de los parques y El hombre sin cabeza. También me parecieron muy astutos los ejemplos de las escrituras de los alumnos.

    ResponderEliminar